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Recuperación tras sufrir un ictus

recuperación tras un ictus

La recuperación tras sufrir un ictus requiere de una rehabilitación personalizada y adaptada a las necesidades del paciente. Así conseguirá la mayor funcionalidad y autonomía posible. En este sentido, las residencias, a través de sus estancias temporales, ofrecen servicios especializados dirigidos por profesionales expertos, que valoran e intervienen tratando las secuelas físicas, psíquicas y fisiológicas que hayan aparecido.

 

El ictus es una enfermedad cerebrovascular que supone la primera causa de discapacidad adquirida en el adulto y la segunda de demencia, después del alzhéimer. Al igual que la prevención y detección precoz del ictus es determinante, la rehabilitación de los pacientes que han sufrido un ictus es imprescindible para que recuperen la autonomía para realizar las actividades básicas de la vida diaria.

Según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), dos de cada tres personas que han padecido un ictus en España tienen más de 65 años. Por ello, los centros residenciales de ORPEA abordan la rehabilitación de los pacientes de ictus. “El equipo multidisciplinar realiza una valoración integral de la afectación física/funcional y cognitiva del residente para conocer las secuelas y sus necesidades y, en base a los datos clínicos, se establecen los criterios para el tratamiento y manejo de la enfermedad”, señala la directora Sanitaria de ORPEA, Victoria Pérez.

Necesidades de los residentes

En la recuperación tras sufrir un ictus, las necesidades de los residentes son muy diferentes y dependen del tipo de ictus. “El ictus isquemico es el más frecuente y sucede cuando no llega ni oxígeno ni nutrientes a las células y se produce una lesión. Si la carencia de riego sanguíneo se prolonga, se produce un infarto cerebral. Mientras, el ictus hemorrágico es menos frecuente y sucede por la rotura de una arteria. La causa suele estar asociada a hipertensión en la arteria por malformaciones en los vasos, traumatismo craneal o una dilatación de la arteria (aneurisma). En este caso, además de no llegar sangre a las células del cerebro, puede haber presión sobre el mismo. Estos daños suelen ser más graves que los producidos por el ictus isquémico”, explica Pérez.

La rehabilitación es personalizada, con el objetivo común de lograr la recuperación del residente con las menores secuelas físicas, psíquicas y fisiológicas. Si bien las consecuencias varían, todos los pacientes siguen patrones comunes: “La afectación motora, sensitiva, cognitiva, comunicativa y/o socioemocional, entre otras, comprometen la independencia en las Actividades de la Vida Diaria (AVD), provocando la aparición de una mayor dependencia”, subraya la señala la directora Sanitaria de ORPEA.

Ahora bien, el ictus presentará la forma clínica correspondiente al territorio cerebral que haya sufrido el infarto. Entre las secuelas más frecuentes están la hemiparesia, disartria, disfagia, afasia, depresión y pérdida de funciones cognitivas.

La intervención del ictus debe ser multidisciplinar

En el proceso de neurorehabilitación, la intervención para la recuperación tras sufrir un ictus debe ser multidisciplinar, por parte de todos los profesionales: enfermeras, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, psicólogos, logopedas, etc., con el objetivo de rehabilitar las capacidades perdidas o alteradas para que el paciente pueda recuperar unos niveles de independencia óptimos.

También es fundamental establecer un plan dirigido a los profesionales de atención directa para que potencien las destrezas residuales del residente y fomenten su autonomía funcional en condiciones de seguridad. Para ello, siempre dentro de las posibilidades, es recomendable adaptar el entorno: habitación, mobiliario, estancia, comedor, etc.

Según explica Victoria Pérez, si bien trabajan de forma conjunta, “cada uno de los profesionales se centra en su campo de acción con el objetivo común de rehabilitar los aspectos motores, sensoriales o cognitivos afectados”:

  • El fisioterapeuta trabaja de forma global estructural; ayuda a reforzar destrezas como la marcha y el equilibrio, mediante la rehabilitación del miembro superior. Para ello, ofrece asesoramiento y entrenamiento en el uso de ayudas técnicas.
  • El terapeuta ocupacional potencia la recuperación e integración de los miembros superiores, entrenando al residente en las actividades básicas de la vida diaria y las instrumentales.
  • El psicólogo rehabilita la heminegligencia, el deterioro cognitivo leve, los cambios de personalidad y las alteraciones emocionales. Para ello, trabaja los cambios en la conducta social que generan problemas de convivencia y gran deterioro en la calidad de las relaciones interpersonales.
  • El logopeda aborda el déficit lingüístico. Para ello, se centra en la rehabilitación de la función perdida, en la adaptación de nuevos sistemas alternativos de comunicación o en ambas a la vez. También trabaja las alteraciones deglutorias, como las parálisis faciales y la disfagia neurológica.

 

 

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